Alto, moreno, de grandes ojos celestes-transparentes, tenía una camisa de seda negra que dibujaba sus músculos y se abría poco más arriba del vientre para mostrar los pelos y los duros pectorales bronceados. Parecía Cannavaro. Apoyaba sus hombros cuadrados contra el portal.
-Tiene que ser él. –dijo la chica.
Se acercó y quedó a treinta centímetros de Cannavaro. Casi podía tocarlo con el escote.
Ella había elegido esa vereda de Palermo, donde había pasado un verano con Pietro Gentiluomo, un joven que después de haberla amado en la escalera le había confesado que era homosexual y se había ido con un argentino.
Cannavaro la agarró de los pelos y le abrió la boca con una lengua dura como un pescado. Ella quiso cerrar los ojos pero se le dilataron las pupilas tanto que pudo ver la piel del hombre como en un microscopio. El olor del otro la inundó y casi se desmaya de sensualidad. Cannavaro ya le había arrancado la ropa y la había puesto contra la pared.
Cuando terminaron el otro la vistió y la arrancó de la sombra llevándola de la mano.
Le dolía todo el cuerpo, no sabía si estaba feliz o vacía. Estaba tan despeinada que apenas pudo reconocerse cuando se vio reflejada en una vitrina.
Mientras comían se dio cuenta que sabía lo que él iba a decir. Se sentía estafada. Sin embargo, era exactamente lo que había comandado.
Había llenado el folleto de Amor Center, había pagado y ahora el hombre estaba ahí. Era encantador con esa sonrisa casi afeminada. Tenía la boca tan fina que por un momento ella tuvo miedo de que se le borrara.
Entonces se levantó, sabía que él pagaría la cena, que la seguiría. Sabía que no la dejaría partir, como ella había soñado.
Sin embargo se las arregló para alejarse de él y volver sola al departamento.
Volvió a consultar el site de Amor Center, la fabrica estaba en Barcelona, ¿Podría devolver a Cannavaro?
A lo mejor él estaba llorando en la puerta. Al día siguiente hubieran ido a bailar. En verano se habrían escapado a las islas canarias donde él le habría propuesto casamiento, pero en vez de disfrutar de eso estaba sola de nuevo, frente a la computadora.
Había estado muchas veces deprimida después de las peleas con su novio. Una palabra o un tono, un matiz en la conversación y de repente todo podía cambiar, como si todo alrededor fuera de papel y pudiera desaparecer de repente.
Se sirvió una copa de vino blanco, se puso un camisón y lanzó un disco de Dani Umpi.
En Uruguay Amor Center no tenía sucursales y había viajado a Europa solamente para comandar un chico.
Reservó otro para el día siguiente y se durmió casi borracha en el canapé.
Como a las nueve salió a correr y después perdió el tiempo hasta las dos que tenía la otra cita.
-Soy el objeto de tus deseos-Dijo otro clon de Cannavaro, detrás de la puerta.
Cerró y volvió al site web.
Amor Center proponía amantes a medida, ella había visto la publicidad en internet, una tarde en Montevideo, y se dijo que podría hacer un viaje y volver enamorada. Fue a visitar la fábrica a Barcelona. En una oficina recibían los pedidos que se presentaban como unas hojas de opciones que los clientes rellenaban. Una maquina leía los formularios y del otro lado de una maquina caían los hombres o mujeres deseados. Costaban entre mil y dos mil euros cada uno.
Ella ya había gastado cinco mil euros pero no había funcionado. Volvió a llenar un formulario. Esta vez cambió un poco sus criterios. En vez de deportista eligió intelectual, lo pensó un poco y subrayó los dos. Después cerró los ojos y empezó a marcar al azar.
Se fue a su casa y esperó. La cita era a las nueve de la noche en su casa. A las nueve y cuarto había vuelto a sentarse en el canapé y a abrir la computadora. Tenia un vestido negro con un gran escote. Dejó a un lado el collar de perlas que había comprado en Buenos Aires.
Poco a poco se fue durmiendo, mientras leía la noticia de un atentado en un país lejano…Apenas podía pronunciar el nombre…La despertaron unos golpes en la puerta una hora después. Abrió sin preguntar, estaba media dormida.
Lo esperaba un chico castaño que le llegaba al pecho.
-Perdón, es que estaba el metro cerrado, hubo un accidente en…
Ella lo hizo pasar desconfiada.
Tenía que llamar a la compañía de inmediato, esta vez sí tenían que devolverle el dinero. Al menos una parte. En dos días había gastado seis mil euros y ni siquiera le habían ofrecido el café en la sala de espera.
El chico se despatarro sobre el sillón y se puso a curiosear la computadora y el collar.
-Que, lindo ¿Son perlas de verdad?
Lo tenía en sus manos un poco como un mono, como si fueran dos etapas de la evolución, de un lado las manos torpes, del otro el brillo, el recuerdo de Buenos Aires.. ¿Cómo sacarlo de la casa?
El otro se sirvió el vino blanco que ella había dejado sobre la mesa. Le pasó una copa llena hasta el tope, de hecho, le derramó sobre los dedos y el antebrazo. El torpe agarró una servilleta para limpiarla y casi tira la botella. Se dio por vencido y dijo:
-Voy a poner música.
Buscaba en la radio y dejó una estación en la que sonaba Marta Sánchez.
-¿Te acordás de Marta Sánchez?
Ella pensó: ¿Era la rubia que cantaba desesperada?
-Era una española, toda asi…
Con los dedos dibujo una boca pulposa sobre su cara y unas curvas generosas alrededor de su cuerpo.
-¿No te acordas?
Ella sonrió. La había imitado muchas veces ante el espejo, cuando hacía calor en Tacuarembó y se quedaba sola en la casa de su abuelo.
Eran las tres de la mañana y seguían discutiendo si The Sacados era un grupo argentino o uruguayo. Ahora de daba cuenta de que el otro se parecía un poco al cantante de The Sacados, solamente que mucho mas petizo.
Se besaron mientras estaban bailando en la terraza, aunque la música molestaba a los vecinos que se pusieron a gritar.
Tres días después se fueron a vivir juntos a Montevideo. Una tarde estaban conversando y ella dijo que estaba contenta con la compañía. ¿Qué compañía? Dijo él.
-¡Amor Center!
-¡Que nombre de mierda! ¿Qué es?
Entonces ella le contó la anécdota. Fue horrible, el chico se desesperó, quería irse de inmediato de Uruguay, que ahora le parecía horrible. Ella le había contado de Pietro y de Cannavaro hasta llegar a él. Cuando se dio cuenta ya había dicho demasiado, él rompió un portarretrato contra el piso y pedazos triangulares de vidrios se dispersaron en el salón.
Lo vio desaparecer por el hueco de la escalera y segundos después cruzar la calle hacia la plaza.
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