Belcebú y las dos hermanas

Daniela (Cochabamba)

Cuando mi abuela salió de su pueblo sólo se llevó con ella muchas historias. Historias extrañas, llenas de personajes sombríos, de mujeres seducidas y condenadas por el demonio. Historias de noches oscuras, más oscuras aún que aquella que hoy se deja ver por la ventana de la cocina, donde estamos ahora. La abuela comienza el relato, debajo de la mesa mi hermana me sostiene fuertemente la mano:

Hace bastantes años atrás, existían en mi pueblo dos mujeres cincuentonas. Las solteronas del pueblo. De jóvenes habían sido atractivas y tenían algo de capital, pero nunca consiguieron quién se fijase en ellas. Eran venenosas, tan ponzoñosas como las culebras que solían aparecer en verano. Recuerdo verlas caminando con sus velos, persignarse constantemente frente a la Flor.

La Flor era una mujer que había quedado viuda y en la miseria, no le quedó más remedio que “darse a la vida alegre”, como decían en el pueblo. Yo quería a la Flor, era buena con los mendigos viejos y con los perros callejeros. Por eso me llenaba de rabia cuando las dos hermanas se hacían la señal de la cruz delante de ella, sólo por molestarla, sólo por hacerle daño. Cruzaban a la acera del frente para no toparse con ella. Gozaban mirarla de reojo. Cuchicheaban, abrían sus enormes bocas y las palabras venenosas resbalaban como baba por sus quijadas.

Eran malas. Hacían eso con la Flor y con el resto del pueblo: “Petrona es escoria”, “don Hugo un mujeriego”, “la tal Luzmila no es más que una muerta de hambre y su marido un vividor”, “ la Rosita ¡ja! de santa no tiene ni un pelo”, y no olvidarse del “farmacéutico, ése que tiene pacto con el diablo, sino, cómo explicar tanta plata”…

Y así, las dos hermanas no perdían oportunidad para husmear en la vida de los demás, siempre sentadas al lado de la ventana, levantando un poquito la cortina, el ojo vigilante e inexorable del pueblo. Un día, mientras las hermanas espiaban desde su casa a Charo y a su novio que paseaban en la plaza del frente, alguien tocó su puerta. Al abrirla, a las hermanas se les desorbitaron los ojos, se les torció la lengua, se les palideció la piel.

Delante de ellos, una figura enorme y extraña se levantaba. Un ser que podría haber sido hombre, mujer o animal. Traía una larga túnica tan negra que parecía que la muerte misma estaba encaramada a ella, la eternidad de la nada, el vacío absoluto. Cuando las hermanas trataron de mirar la cara del ser, dicen que vieron el origen y el final del mundo, dicen que vieron el rostro mismo de la maldad.

  • A media noche vendrá por ustedes.

¿Quién? ¿Quién vendrá por nosotras?, balbuceaban. La figura se marchó. Las hermanas corrieron a la Iglesia, lloraron, suplicaron algún remedio, prometían donar todo lo que tenían a la santa institución, prometían peregrinar de rodillas hasta el santuario más alejado. Lo prometían todo y se retorcían de terror cuando recordaban la cita, cuando veían el reloj avanzar como si tuviera prisa, como si estuviera ansioso porque llegue la media noche.  

  • Belcebú…el ángel maldito vendrá por ustedes.

El sacerdote miró con horror a las hermanas. No podían permanecer en la Iglesia. No encontrarían refugio por ninguna parte. No podían escapar ni esconderse. Estaba dicho, estaba hecho. La media noche llegaría a menos que…

  • A menos que qué…-suplicaban las hermanas al sacerdote.
  • Reúnan todos los niños recién nacidos, aquellos que hayan venido al mundo hace a penas pocas semana. Almas pura. Aún ángeles. Reúnanlos a todos en su casa, rodeados de velas y nardos. A media noche, exactamente a media noche, lo niños deberán llorar. El llanto del alma pura debe espantar al Maligno…y quién sabe, quizás no vuelva…

La noticia se esparció rápidamente por todo el pueblo. Las mujeres se negaban a llevar a sus hijos, los hombres decían que se lo merecían por chismosas y venenosas. Decían que su lugar era el infierno, así tal cual lo imaginamos. Con sus cavernas oscuras, sus llamas de fuego, sus gritos resonando a lo lejos. Sin embargo, al ver a las dos hermanas,- dos almas condenadas vagando por las calles, tocando desesperadamente las puertas, más muertas que vivas-, las mujeres sintieron pena en el corazón.

A cinco minutos de la media noche, se habían dispuesto las velas y nardos. Las madres sostenían a sus hijos, conteniendo su llanto para que éste sea oportuno. A un minuto para las doce, la casa se enfrió repentinamente y las hermanas sintieron una enorme tristeza, parecía que todo el aire del mundo se había agotado, que la nada comenzaba a crecer desde sus vientres. No recordaban el amor, ni la compasión, ni la alegría. Todo se oscureció y un olor a azufre invadió la habitación. Sonaron las campanas y, apenas con un poco de fuerza, las mujeres les dieron un pellizco a sus niños. El llanto se escuchó en todo el pueblo. Un llanto al unísono que después se convirtió en canto mágico de pájaros y de cigarras.

Las hermanas sintieron regresar el aire mientras un olor a nardos invadía poco a poco la habitación y las casas de todo el pueblo, llegando incluso hasta mi ventana. Los niños dejaron de llorar y después durmieron plácidamente hasta el amanecer.

  • ¿Entendieron por qué vino a buscarlas a ellas?, pregunta la abuela.

Mi hermana y yo asentimos con la cabeza. Nuestras manos transpiradas y adoloridas siguen sosteniéndose la una a la otra. Le prometemos no ser curiosas ni chismosas. Le prometemos ser buenas. La abuela sonríe satisfecha.

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Días de lluvia

Daniela (Cochabamba)

Insisto en el derecho a los días de lluvia. El derecho a posponer cualquier negocio o asunto que la necesidad califique de importante, porque debe primar nuestro derecho a la contemplación y a la quietud. Insisto en poder llamar al jefe para decirle que hoy es mi “día de lluvia” y que no me espere en la oficina porque afuera las gotas se suicidan alegremente al estrellarse contra los maizales y se ensartan en los cuernos de las waca-wacas que se desparraman de panza, muertas de la risa. Insisto en postergar cualquier asunto impostergable porque hoy es día de combinaciones perfectas, de encuentros exquisitos. Hoy es el día en que el agua y la luz se mezclan en orgásmicos colores. Hoy es el día para cazar arcoíris y presenciar las ceremonias nupciales de los zorros.

Insisto en el derecho a los días de lluvia. El derecho a abandonar escritorios, ventanillas, pupitres y carritos de supermercado para entregarnos a la calidez de la cama caliente, al universo en la mano del ser amado, en una tarde de lluvia mirando sapitos. El derecho a procrear de las ranas, a la tierra mojada, al suave campaneo de las canaletas agotadas después de un día de lluvia.

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Algunos cambios Sucrenses

Toto (Sucre) / Nota #8

Escribo nuevamente después de una ausencia por los feriados de navidad y año nuevo. Igual que varias personas aproveché estas fechas para viajar, hoy escribo desde Sucre. Llegando a Sucre fui a visitar a mi tío Coquito, que me contó un par de cosas sobre la ciudad que me parecía interesante compartir en esta entrada.

Sucre es llamada Ciudad Blanca, siempre dicen que esto se debe a que las casas de Sucre están pintadas de blanco, antes eso era una norma; los siglos han pasado y ya la norma no existe, pero por qué motivo surgió la ordenanza de pintar las casas de la ciudad de Sucre de blanco. Mi tío, mientras investigaba varios temas relacionados con las ciudad, encontró una copia del documento donde se ordena que las casas se pinten de blanco, pero para entender bien el motivo no está de más aclarar que incluso hoy en día se dice de los sucrenses que creen ser la aristocracia boliviana, dicho eso es más fácil comprender el hecho de que se ordenara pintar la ciudad de blanco para distinguir a las construcciones citadinas de las construcciones indígenas que se encontraban fuera de la ciudad y que caracterizaban por la policromía de sus casas. Ahora que me enteré del origen del título, a mí me parece una estupidez que se le siga llamando Ciudad Blanca a Sucre, pero bueno… cosa tediosa y poco fructífera es discutir con la aristocracia.

Durante los últimos años la ciudad de Sucre ha cambiado bastante, las pequeñas casas de ladrillo se extienden hasta un límite cada vez más lejano, mientras que por las avenidas comienzan a brotar los edificios y los supermercados, en pocos años han aparecido algunos centros comerciales y varias entidades financieras. La otra anécdota que me contó mi tío tiene que ver justamente con esos inoportunos edificios que se adueñan de la ciudad; años atrás en Sucre existían múltiples chicherías, la chichería de «la cinturita», la de la «Mamá Tula» una mujer a la cual los jóvenes parroquianos trataban con el cariño y respeto de una madre, alguien que con todo la autoridad que le confería su título enviaba a los borrachos a sus casas y ellos obedecían sin chistar, la de «Don Lucho» un chichero que tenía, cual árbitro de fútbol, dos tarjetas en el bolsillo de la sucia camisa, la amarilla para amonestar a los borrachos problemáticos y la roja para que el mismo se retire cabizbajo a su casa. Durante varios años mi tío se hizo extrañar en la chicheria de «Mamá Tula», meses atrás cuando cual hijo pródigo decidió volver a visitar la casa materna se encontró con una gran desilusión, ahí donde estaba la chichería hoy existe un banco. Me he sentido como Sabina cuando canta: «Y en lugar de tu bar me encontré una sucursal del Banco Hispano Americano.» me dijo mi tío.

Así la ciudad de Sucre, creciendo, cambiando, conservando ciertas cosas y perdiendo otras.

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Aguinaldo a la siciliana.

Toto (La Paz) / Nota #7

Marsla 1930, Don Tommasino acaba de llegar de Sicilia por cuestiones de negocios, tiene una cita con un milanés de poca monta llamado Silvio, la cita es en una playa pública. Mientras Don Tommasino espera mira el mar y se pregunta que habrá sido de su viejo amigo Manza.

Manza conocido como el bobo del pueblo en Sicilia, tuvo que huir precipitadamente de la Isla a causa de la escasez de jabalíes. Era común en esa época que los jóvenes sicilianos migraran a estados unidos en busca de una nueva vida llena de viejos hábitos, por lo que Manza decidió buscar un destino menos común, un lugar donde su antiguo jefe no pudiera encontrarlo; sin mucho meditar optó por irse a Bolivia donde para esconderse mejor cambió de nombre a Manzaneda.

Manzaneda se instaló en la ciudad de La Paz, torpe como era sabía hacer pocas cosas, con suerte encontró trabajo como peón de carga, rápidamente fue conocido como un hombre tosco que se dedicaba solo a comer y beber. Breve y desafortunada hubiera sido la historia de Manzaneda, fácil de odiar y difícil de oler, sino hubiera sido por su instinto siciliano que lo llevo, sin él saber como, a organizar a los demás peones de carga en una especie de sindicato que más que el beneficio propio buscaba la perjuicio ajeno. Fue así como Manzaneda fue adquiriendo poder, dinero y un montón de amigos interesados como Francisco Durán con quien pasaba largas noches de borrachera en la calle Buenos Aires, Durán y Manzaneda eran conocidos como los bolas, no solo por razones obvias, sino también por su forma esférica. Una madrugada de caminar tambaleante los bolas tuvieron la mejor idea de sus vidas, crear una mafia organizada, pero no una mafia como las gringa o la italiana que operaban al borde de la ley; no, una mafia legal y legítima que pudiera escapar de cualquier problema aludiendo que cumple una función pública. Duran y Manzaneda usaron ahorros propios y ajenos, para comprar una flota de microbuses, se organizaron y llamaron a su mafia “Federación de Choferes de La Paz“.

El tiempo pasó, el colesterol se hizo cargo de los bolas, pero la “Federación de Choferes de La Paz“ aun existe, actualmente está a cargo de Julián, un descendiente de aquel joven Manza que cobardemente escapara de Sicilia. Los que lo conocen dicen que la inteligencia y carisma de Julián solo puede compararse con la de su antecesor; aunque él nació en La Paz aprendió de su padre todas las estrategias y costumbres de la isla italiana, prueba de eso es su más reciente idea para ganar más dinero en estos días de fiesta. El plan consiste en pedir un aguinaldo “voluntario” de 50 ctvs a todos los usuarios del transporte público, algo tan inocente, una demanda tan justa, que hasta podría parecer que los miembros de la federación se lo merecen; pobres lobos disfrazado con piel de cordero.

Afortunadamente para mí la próxima semana estaré en Sucre, y podré escapar del abusivo aguinaldo a la siciliana de los choferes paceños. Cosa que me alegra mucho ya que al haber trabajado la mayor parte de este año sin un contrato labor yo tampoco recibo aguinaldo.

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El rapero

Pablo (Bordeaux)

Toda ciudad tienen sus locos. Sin embargo, no todas las ciudades los entienden. Hay uno por aquí que canta rap. El cantante de rap de Sainte Catherine utiliza algún algoritmo todavía no descifrado para desplazarse. Este hecho no debe sorprendernos en absoluto ya que los raperos de zonas comerciales suelen tener una ruta establecida. En La Paz, por ejemplo, los raperos inician su retahíla en la Uyustus, desde donde bajan a través del Mercado Negro para terminar deambulando por el Mercado Rodriguez. Hay uno que otro que gusta desviarse hacia la Plaza San Francisco y asustar a los turistas. Estas letras de rap son lo que se llaman un relato descendente. Nada más alejado de nuestro amigo de Sainte Catherine, quien circula por las calles bordelesas con un relato algorítmico. En efecto, este rapero se desplaza cien metros y luego decide volver por sobre sus pasos, de repente dobla por la calle de la izquierda y se mete en una de las placitas cercanas, que recorre cuidadosamente en el sentido de las manecillas del reloj, si es que no va al revés, para, rapea a algún jubilado, martillea con su voz a un grupo de jovencitas que vienen de salir de Zara. El parecido con Snoop Dog es evidente, sólo que este rapero utiliza la lengua de Huguito. Digo que es un rap algorítmico porque no solamente el recorrido presenta una dificultad de análisis, sino también de canto. Es un gorjeo, más bien, en el que las palabras se detienen en la punta de la lengua y se revuelven, como una ola de peces. Eso y un loop continuo de sílabas nos conducen a pensar que el rap se relaciona con las tiendas. En esta época de navidad en que se puede ver el consumo desesperado de la gente que tiene miedo de que el comercio se acabe para siempre después de las fiestas, las mareas de clientes provocan que el rap los relate.

Es el rap de las cajas registradoras, las listas de objetos, las listas de personas, las sonrisas cansadas de dependientes, el tipo apurado que está a punto de fallar a toda su familia, la abuela de los mil regalos pequeños, la mujer de las joyas y el cuero, los mendigos apostados con sus coros recurrentes, las gradas eléctricas, las bolsas de papel, los letreros, las músicas de salón, el vientecillo frío del invierno europeo, y por supuesto, la gente que está fuera del circuito, que se dividen entre los masoquistas a los que les gusta ver vitrinas solo por el lado de afuera y pensar, pensar, pensar, en lo que sería, en lo que podría ser, en lo que no fue, en lo que va mal, en el escape, el escape fatal cueste lo que cueste, lejos de ahí, donde no se no noten tanto las ganas frustradas y los suspiros arrojados por lo bajo, y claro el otro grupo son los no masoquistas que se mantienen alejados, sin tomar riesgos, y se sientan a pensar en sus casas, o en la puerta de sus casa porque se aburren sin teles y sin trenes eléctricos y sin consolas de juego y sin interés por nada porque aprendieron a que da igual tener interés por algo que no tener interés por nada o lo que es lo mismo, no aprendieron a desarrollar el interés, porque si nada importa, qué más da, pero después piensan de nuevo dentro de sus casas porque fuera de sus casas hace frío y el vecino tiene la música muy fuerte y los niños molestan con sus gritos y ni siquiera el paisaje del barrio es bonito, todo está sucio, oscuro, abandonado, como una flor marchita que sigue esperando, bueno el punto es que piensan, decía, piensan en cómo será esa calle tan misteriosa, Sainte Catherine, qué miedo acercarse si es antes de las diez de la noche, porque la noche, claro, les pertenece a ellos y sólo a ellos, y entonces se pueden tomar una cerveza, pasear a sus perros y mirar las vitrinas sin luz, cuando todo las calles están muertas, así nadie los mira raro, y si no pueden ir mandan un representante del barrio, un cantante de rap que tenga el botón de on encendido, y que luego al volver a su casa vaya diciendo lo que vio, con los brazos agitándose, los pantalones anchos, el estampado de la chaqueta enorme y fosforescente, los tenis blancos, o queriendo ser blancos, el gorro negro y la cadena que no puede faltar, todo un disfraz, que los compradores de la calle Sainte Catherine creen que es un loco, pero no es más que un hombre―grabadora, que no puede dejar de cantar mientras graba, ese es su motorcito, y así todo el día, rapeándole a la gente para luego ir a contárselo a la noche, o a los amigos de la noche, si es que se entiende bien lo que esto quiere decir.

(Diciembre, 2010)

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El músico

Daniela (Cochabamba)

Llega a la sala de conciertos con una polera de Eric Clapton, llama la atención el movimiento constante de su cabeza, su paso tímido. Extiende sus manos, toca, todo el tiempo toca…las manos, los rostros, el piano, el mundo. Mientras avanza coge el brazo de quien encuentra a su paso y lo saluda, pregunta por su nombre, quiere saber quién es, qué hace…La gente sonríe y se alegra de que el día de hoy alguien pregunte sobre sus vidas. Ante las interrogantes de sus admiradores, él dice que esta noche sólo ha venido a escuchar como el resto de los que estamos allí.

Sin embargo e inevitablemente, los músicos que ahora están en el escenario lo invitan a tocar un par de piezas. Él acepta dichoso, sube al escenario con algo de dificultad, pero en cuanto sus manos perciben la proximidad del piano el mundo le pertenece, y en ese mundo está toda la música y estamos todos nosotros, los que escuchamos pasmados por el talento, encantados porque ante nuestros ojos se despliega algo único e irrepetible…

Cuando la pieza termina, él quiere más, quiere seguir tocando, quiere ser notas y sonido y ruido…no importa… él quiere Ser. La voz amable de su padre, el calor cálido próximo a él, lo convencen de que vaya nuevamente a sentarse entre el público… Uno creería que está a punto de armar un berrinche. Recordamos que él es sólo un niño, que podría dar una pataleta en medio del escenario, que podría aferrarse al piano y gritar y llamar a su madre… Pero no, no lo haría jamás, él guarda una relación sagrada con el escenario y con sus colegas, así que baja tranquilamente y se sienta tres filas delante de mí

El espectáculo de él tocando el piano no es comparable con el de él como público… Él destella colores, luces intensas, lanza gritos de alegría, son aullidos de la plena felicidad… Cada nota lo eleva al éxtasis, cada armonía es para él el despertar de la humanidad. Al verlo ahí con la música flotando alrededor de él, haciéndole cosquillas, estoy segura que está en diálogo con el universo y que éste le ha confesado todos sus secretos.

Lo imagino sumergido en diversas melodías, navegando entre los grandes de la música, aquellos que le pusieron sonido a la Historia y a la vida…lo imagino en catarsis inducida por el piano de Ray Charles, un músico ciego como él…

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Cuidado que es gratis.

Toto (La Paz) / Nota #6

Últimamente he estado con muy poco tiempo, para sentarme a escribir o a comer o ver televisión y es que caí en una terrible trampa, una beca de postulación gratuita. Ya mi madre me decía que lo barato cuesta caro, pero la tentación de irme a estudiar afuera fue muy grande y me dije a mi mismo, nada pierdo intentando , pero no, me equivoqué.

Si bien no hay que pagar nada para llenar el formulario de postulación en linea lo que viene después no es chiste, y eso que recién he comenzado con esto que tendrá un quizás triste final en julio. Empecemos por lo más ridículo y estúpido: el certificado de notas, es comprensible que uno deba presentar un certificado de notas y como eso ya no es gratis hay que volver a la universidad a pagar para que le entreguen a uno cuatro páginas de papel sellado, que es a lo que se reducen 4 años de estudios, pero claro el certificado tiene que ser legalizado por el ministerio; entonces cuando uno llega al ministerio aparece un hombre gordo y bajito que le dice que necesita una carta que certifique que el certificado es de uno. Uno insiste en que su nombre está ahí, qué el mismo nombre está en el título (otro gasto aparte legalizarlo) y que finalmente ese es el nombre está en un carnet de identidad con la foto de uno; pero cuando la burocracia boliviana se pone caprichosa hay que volver una vez más a la universidad a pedir una carta que certifique la certificación, para lo que una señora amable y sonriente te cobra también una pequeña tarifa.

Pero en fin, el certificado ya está, el título ya está, el pa$aporte ya está; pero resulta que uno aunque habla inglés no puede traducir sus propios documentos y tengo que pagarle a alguien para que haga lo que solito puedo hacer. A estas alturas ya me pongo un poco tacaño y pido como 6 cotizaciones distintas de las cuales la más cara es cuatro veces más que la más barata. Pero cuidado porque si la traducciones no convencen a la Universidad, que amablemente me está cobrando el sueldo de un mes por reservarme un espacio en su maestría, entonces hay que hacer legalizar las traducciones de los ya legalizados documentos, espero no llegar a eso porque si me encuentro en una embajada con un tipo más pálido que el papel que me cobrará otro sueldo por ponerle un sello a las traducciones, soy capaz de romperle la nariz, eso sí cuidando de que su sangre no arruine mis traducciones.

Para no aburrir con más detalles solo les cuento que también me cobra el banco por las transferencias, la cancillería, nuevamente la universidad de allá por la audición, otra universidad de acá por un examen de idiomas, otra por otro examen, (porque uno no basta) y así poco a poco me voy olvidando de la cena de navidad y la fiesta de año nuevo. Pero lo que hoy más me molesta es el costo emocional que recién comienza, el estrés de tener que hacer todos los trámites y luego los meses de espera que ni siquiera han empezado.

Todo eso para disculparme por no haber escrito la semana pasada y solo quejarme esta semana, y para decirles que si alguien los ofrece postularse de manera gratuita a una beca, lo piensen dos veces porque les va a salir bien caro.

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Forastero

Pablo (Bordeaux)

Quería decir dos cosas sobre la migración, dos puntos que me parece que definen muchas otros aspectos de llevar una vida como la que llevó durante años, sin desearlo, Odiseo.

Primero, que ser migrante es ser inferior. La ley dice que todos son iguales. Pues en la práctica el ser extranjero te remite a un estatuto de inferioridad. Elimina, ante el Estado, la mayor parte de las particularidades de tu persona. Para la autoridad del país que te acoge, tu individualidad no cuenta, eres uniformizado por la etiqueta básica: eres extranjero, punto. Si has rescatado gatitos en tu país o has escrito un concierto sinfónico para piano en Re menor, no importa. Todo lo demás viene después.

Dicho esto, hay que decir también que vivir en el extranjero es magnífico, pues no creo que exista otra experiencia de la que se pueda aprender tanto. Implica descubrimiento, conocimiento, disfrute, pero también implica adaptación. Y esto está bien. El pensamiento, decía Borges, es un ejercicio de diferenciación. De ahí que su sinónimo sea discernir. Pues pienso que también puede verse al pensamiento como ejercicio de adaptación. Adaptar un sistema de ideas a una nueva gama de percepciones. Hacer matemáticas es adaptar el cerebro a un sistema preexistente. Con un país pasa igual. Y el intercambio es, por regla, enriquecimiento.

De esta dicotomía, a pesar de esta dicotomía o gracias a esta dicotomía, toca continuar la estirpe de Odiseo. Toca crear, casi sin quererlo, su propia narración, pasada y futura, bajo la premisa del forastero.

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De frente

Daniela (Cochabamba)

Hoy voy a dejar de lado la ficción con la que me gusta mirar, más que eso, soportar la realidad en la que tengo que vivir y con la que tengo que trabajar día a día. Una realidad marcada y atormentada por la violencia. Hoy hablo de frente.

Ayer una serie de movilizaciones alrededor del mundo recordaron que ya no estamos en los tiempos en que la violencia y la vulneración de los Derechos Humanos, más aún cuando provienen de esferas estatales, pueden ni deben ser invisibilizadas o toleradas. Ayer recordamos a 43, y con ellos a otros 43 y a otros 43 más, hasta recordar a las y los miles de desaparecidos en América Latina. Aquellxs que desaparecieron en dictadura y a aquellxs que aún siguen desapareciendo en democracia, gracias a las redes de conspiración entre Estados y mafias, gracias a la corrupción, la mercantilización y la deshumanización absoluta de los cuerpos y de las vidas.

Como dice Rossana Reguillo, la desaparición de los 43 de Ayotzinapa ha desnudado a la violencia que se pasea con carta de ciudadanía por México, y otros países de Latinoamérica como Bolivia, otorgada por «un Estado que pretendía gestionar la violencia sin salpicarse». Ayer salieron a las calles todxs quienes creemos que al ser los Derechos Humanos universales, su defensa debe trascender las nacionalidades, culturas, religiones, sexos, géneros, edades y cualquier otro rasgo que forme parte de nuestras identidades.

Mientras en México el Estado se desentiende de los desaparecidos, su homólogo en Bolivia aún niega el decreto que declare alerta roja por la violencia sistemática ejercida contra las mujeres. Según el reporte de la Fuerza Especial de Lucha contra la Violencia, este año en el país se registraron alrededor de 26775 casos de violencia, más del 90% de las víctimas son precisamente mujeres. Otra manifestación de la violencia, aún más cruel y aún más indignante, es la que se ejerce sobre los cuerpos y las vidas de niñxs. Una de cada tres niñas y adolescentes y uno de cinco niños y adolescentes sufren de violencia sexual. Mientras tanto, desde el Estado se pretende cementar este abismo de inequidades y vulneración de Derechos Humanos castigando únicamente a la agresión; con la Ley 348, -con sus inútiles albergues, su atrasado reglamento, sus penas ligeras y la retardación de justicia-, pretenden asegurarnos a las mujeres y a la infancia una vida libre de violencias.

Estos son algunos de los escenarios de Latinoamérica donde la violencia no sólo está naturalizada, sino además institucionalizada y goza de ciudadanía. Al otro lado del planeta, islamistas y sirios, y por qué no sospechar justificadamente de la mano astuta e invisible de los estadounidenses, siguen haciendo grandes despliegues de salvajismo y horror. El video más recientemente difundido de 18 degollamientos no es más que la prueba fehaciente, como dice Mireya Sánchez, de lo poco que ha avanzado la humanidad, desde los tiempos en que los emperadores de las primeras civilizaciones degollaban cuanto contrincante se presentase a su paso. Emperadores que gozaban contemplando la trascendencia de su crueldad en murales finamente pintados, como los grupos armados subversivos y otros esponsorizados por diversos gobiernos, gozan hoy de plasmarlos en videos que, por lo demás, cuidan una narrativa y estética muy propicias en estos tiempos en que la violencia es un espectáculo.

Los Estados y las Iglesias monoteístas –todos esos cuerpos institucionales que gozan de representatividad social, política y cultural- han sabido legitimar, reproducir y perpetuar las ideologías que se constituyen en justificaciones de la violencia, así ésta se sostiene en el peldaño desde donde las esferas hegemónicas contemplan el show.

Aplaudimos la “voluntad política” de los y las representantes de los Estados que desde sus curules dictan leyes como si fuera un acto de generosidad, como si no nos debieran eso y más. Aplaudimos las declaraciones solidarias de figuras religiosas como el Papa, esa simpática carta muy bien jugada de la Iglesia Católica, lo aplaudimos por sus discursos que tratan de dar flote a una institución sumida desde hace siglos en la ridiculez y el insultante primitivismo. Si nos damos cuenta, lo aplaudimos por lo obvio, por lo mínimo, por el simple desagravio. Suficiente daño ha hecho ya una institución que desde su seno ha gestado y gestionado la opresión, las inequidades, el odio, la violencia y la guerra a nombre de un Dios bondadoso y justo.

 

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Historias del transporte público

Toto (La Paz) / Nota #5

Ayer tomé un taxi para ir al trabajo, estaba algo apurado pero el taxista estaba más, con el rostro serio esquivaba autos sin desacelerar. Cuando llegamos al final de la avenida del poeta habían varios policías de tránsito (cosa inusual) que a gritos le pedían que baje la velocidad, y como es natural el taxista explotó.

Taxista emputado: Estos cojudos, cuando les escuece no más salen.

Yo hecho al Gil: Sino…

Taxista emputado: Nunca están esos mierdas ahí, qué les pasa.

Yo hecho al Gil: Debe ser por navidad, cuando está cerca siempre salen.

Taxista emputado: No sé qué hacen ahí, deberían estar en la costanera, ahí todo el tiempo hay accidentes, en cambio ahí.

Yo hecho al Gil: Si pues a fin de año son unos hambres.

Luego el taxista se calla, sigue conduciendo como tratando de escapar de su enojo. De pronto comienza conducir con una mano y a hablar por su celular. Yo en silencio agarrándome al asiento mientras inevitablemente escucho su conversación.

Taxista emputado: Hola… Hola… Hola… Donde estás… Donde estás… ¿Que estás haciendo ahí a esta hora?… Que qué está haciendo ahí a esta hora… No pues, como vas a hacer eso… Y ¿no vas a ir a trabajar?… Ayer tampoco has ido a trabajar… No pues vida, no está bien, está bien que compartas un rato pero no así… Ayer tampoco has ido a trabajar… Tienes que levantarte, creo que tenías que hacer exámenes… Ya levantate de una vez, tienes que trabajar… levantate… Carmen, escuchame, Carmen, hazlo por las chicas, amor… Ya levantate y andá a trabajar ya, no sé ni que haces en la casa de tu mamá… ya hablamos después pero levantate, ya.

El taxista cuelga el telefono, estamos subiendo la Landaeta a la altura del Instituto Americano.

Taxista emputado: Puta carajo, una pasarela deberían construir aquí, no se como no se les ha ocurrido construir una pasarela.

Yo hecho al Gil: Si no. Hace poco estaban refaccionando deberían haber pensado en una pasarela. A demás con tanto colegio, hay uno aquí, hay otro más arriba, peligroso es.

Taxista emputado: Son pues unos cojudos no se en qué piensan

Por fin llegamos a la Universidad me bajo del taxi– Que tenga un buen día – le digo.

Taxista muy amable: Buen día joven que le vaya bien.

Horas después, a medio día, para volver a casa tomo el teleférico, en mi cabina hay una señora y una chica joven que le da charla. La señora parece ser cristiana, de esas que son temerosas de dios y está dispuesta a hablarnos hasta que la cabina llegue a su parada.

Señora cristiana: Y así pues se ha muerto, han llegado en taxi a la puerta de su casa, ella ha dicho ya hemos llegado y se ha muerto, ataque cardiaco le ha dado. Pero los que más han llorado no han sido sus hijos han sido los viejitos. Todos los domingos se levantaba pues temprano a cocinar, yo debe trabajar, debe vender, pensaba; pero dice que cocinaba 100 platos para los viejitos todos los fines de semana. Por eso los viejitos lloraban, quién nos va a dar de comer ahora decian, después ellos querían el ataud pero no han podido.

Aaaay, una nunca sabe cuando se va a morir solo dios sabe y con tantas enfermedades nuevas.

Chica medio callada no más: Sí, ahora hay hartas enfermedades nuevas.

Señora cristiana: Tantas cosas terribles que pasan, pero todo está en la biblia, dice que hartas enfermedades van a haber. El otro día estaba bajando con un viejito, este es el infierno me ha dicho, no hay otro infierno, este donde estamos no más es. Que barbaridad. También he leído otro día en el periódico que un niño de cuatro años había inventado en internet, sus papás le habian dado una computadora y el había inventado el internet. Dios mio, las cosas que pasan, debe ser un genio ese niño he pensado.

Yo totalmente incrédulo: No creo, hasta donde yo sé el que ha inventado el internet es un Ingles y ya es mayor.

Señora cristiana: Ay una ya no sabe qué creer.

Yo totalmente incrédulo: Es que hay periódicos que por vender publican cualquier cosa.

Señora cristiana: Sí, pero la Biblia dice que los niños van a nacer hablando, pensamiento doble se llama.

Yo confundido: No creo que eso vaya a pasar.

Señora cristiana: Qué será no. Ay de este río dice que por la noches sale una novia, el viejito con el que estaba bajando la otra vez me ha contado. Me a dicho que a su hora sale una novia y que del agua sale una luz verde. Por eso a esa hora ya no trabaja el teleférico, hasta las 10 no más funciona por eso.

Yo interesado: Y por qué sale a esa hora la novia.

Chica medio tonta no más: Debe ser un alma en pena.

Señora cristiana: Es pues un alma en pena que dice que le han matado antes de que llegue al altar y que le han botado en el río, eso me ha contado el viejito que dice que antes trabajaba sacando arena del río. Con una luz verde sale, pero no hay que verla, porque dice que el que la ve enloquece, por eso el teleférico no trabaja por la noches hasta tarde, el otro día que he bajado por eso viendo a este otro lado no más he bajado.

Después el viejito me preguntado pues, ¿por qué el cementerio jardín es ahí? No sé le dicho. Porque antes ahí pues iban a enterrar a sus fetos las monjitas de claustro, por eso han hecho ahí el cementerio, no por que sea área verde, pero ahora los millonarios no más entierran ahí a sus muertos.

Por fin el teleférico llega a la estación, me despido, y bajo caminando hasta mi casa, pensando: Ya sé que voy a escribir mañana-

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