Guille (Paris)
Hace poco llegué a Córdoba. Es raro estar en su lugar natal después de un tiempo (dos años). El cuerpo encuentra rápidamente todos los estímulos de antes, los mismos olores, los mismos colores, las mismas voces.
No estoy exactamente en Córdoba, sino en Pilar, una pequeña ciudad cerca. Pilar debe ser uno de los pocos lugares que conozco que no tiene nada de particular, nada, nada. Ni demasiada pobreza, ni demasiada riqueza, ni una montaña, ni un edificio, nada que se destaque. De hecho, si la ciudad fuera transparente, de cristal, y nosotros, sus habitantes, fuéramos invisibles, no pasaría nada. Nadie notaria que “falta algo”. Es la ciudad más cotidiana del mundo, la ciudad donde el tiempo pasa.
El vuelo fue caótico. Las valijas se perdieron, llegamos con quince horas de retraso y creo que si no nos caímos en medio del mar fue porque la compañía no quería gastar en ir a recuperar los cuerpos.
Cuando vuelva en septiembre me voy a instalar en un nuevo departamento, en Bastilla. El barrio me gusta mucho.
Rectifico, en realidad Pilar no es tan invisible. Hoy salí a dar una vuelta por las afueras de Pilar (no se como algo que no tiene centro puede tener perímetro…) y estoy seguro que un turista europeo o americano hubiera pagado por ver ese paisaje de gallineros y patios. Y de repente, en medio de la caminata, me acordé mi número de documento, que no uso hace años.
A esta crónica la tendría que escribir desde Paris, y hoy escribir sobre Pilar, pero he estado pensando en ella durante el vuelo y estos días.
Estuve andando mucho por Bastille y entre las muchas curiosidades y encantos, me topé con esta historia de dos mujeres. Dos mujeres casi iguales, simétricas.
En el barrio las conocían como “Las Hermanas Líquidas”. Nunca se las nombraba por separado y es que estaban siempre juntas. Pocas veces opinaban distinto y vestían igual.
Eran solteras, altas y rubias.
Iban siempre tomadas de la mano, como sosteniéndose una con otra. Eran religiosas y anticuadas.
Dicen que de jóvenes eran muy lindas.
Pero, claro, tenían ese problema de derretirse.
Se desesperaban cuando empezaban a descomponerse. Volvían escondiéndose a su casa. Como si nosotros no supiéramos lo que les pasaba.
Contó Jean, el panadero, que una tarde estaba atendiendo a Las Hermanas. En un momento él se dio vuelta para buscar algo y al regresar la vista al mostrador vio a Marielle con la cara desparramándosele por la garganta. Se le escurría aunque ella trataba de sostenerla. Se le chorreaba por los dedos, las muñecas y le empapaba las mangas.
Entonces Louise la cubrió con un abrigo y se perdieron rápidamente.
A la semana volvieron a la panadería como si nada. Parecía que habían olvidado aquel accidente.
No tenían amigos ni siquiera parientes, según parece. Por eso nadie se enteró que faltaron una semana. Recién al mes se dieron cuenta de que habían desaparecido.
Avisaron a la policía. Entraron a la casa de Las Hermanas. Como esperaban, ellas no estaban, o si, porque encontraron un charco color crema en el comedor.
Que te vaya bien la mudanza! Enhorabuena por el cambio y por las hermanas líquidas.