Elisa (Sheffield)
El primer recuerdo que tengo de un globo de helio es en Av. Insurgentes en la ciudad de México. En una esquina, creo que a la altura de Miguel Ángel de Quevedo, un señor vendía globos rosas, amarillos, azules y los metálicos que me fascinaban. A veces, si tenía suerte y no había mucho tráfico, mi papá se bajaba y me compraba uno. Yo los quería todos, sabía que si tenía los suficientes me podría ir volando con ellos, pero mi papá siempre me decía que lo pensara dos veces, que él y mi mamá se pondrían muy tristes si yo me iba volando. Así que postergué mi viaje lo suficiente para olvidarme de él.
La semana pasada, en la página de inicio del portal de la Universidad de Sheffield, mostraron el video de dos estudiantes que grabaron imágenes de la estratosfera con el uso de una camarita digital atada a un globo de helio. El video me conmovió a tal grado que me hizo llorar. El artefacto reúne la simple volatilidad de un globo de helio, la cotidianeidad de una camarita digital y la historia de la humanidad en un paquetito que permite a cualquier persona grabar imágenes de la estratosfera. El globo de helio que me fascinaba de niña me sorprendió una vez más y me llevó a los paisajes más lejanos. La camarita, ícono del turista del siglo XX, se independizó del ojo humano y decidió llegar a zonas prohibidas a los mortales. A su regreso nos regaló imágenes que nos transforman en semidioses que ven las fronteras del mundo y los parajes de lo desconocido.
Después de ver el videíto me di cuenta que hay una cantidad enorme de camaritas atadas a globos. Cientos de historias de cámaras exploradoras y semidioses orgullosos. Me senté y vi varios, pero ninguno me conmovió como el primero, el que me recordó que aún me debo un viaje en globo.
Un experimento científico “harmless” que además recrea la aventura más simple de cualquier héroe. Primero, el llamado a la aventura (se crea el artefacto, se le provee de todo lo necesario para el viaje, o sea, unicel y cinta para aguantar los golpes). Después, el viaje, las tomas que registra, los aliados con los que se encuentra…(el sol, la curvatura de la tierra) y finalmente el desenlace, llega a su destino, lo encuentran por gps y se arma el video. Mientras lo veía sólo me preocupaba una cosa, que no se vaya a poner de moda esto de lanzar cámaras al cielo y al rato lluevan experimentos científicos!!
Qué maravilla es encontrarte con alguien que miró lo mismo que tú y le provocó la misma fascinación. Uno de mis recuerdos de infancia más vívidos es precisamente esa señora que vendía globos (a veces, según recuerdo, su esposo -al menos esa relación filial con ella le di- ocupaba su lugar) en el -creo que se llama- Parque de la bombilla, sí era Miguel Ángel de Quevedo. Recuerdo que mi papá nos recogía a mi hermana y a mí de la escuela que estaba frente a una fábrica de vidrio abandonada que ahora es Plaza Loreto, y desde el calor atarantador de un Ford Malibu 1984, esa señora y sus globos, sin saberlo, se convertía en uno de mis recuerdos proustianos, no olían ni sabían a nada, pero hoy, veintitantos años después, cuando veo un globo de helio, siempre recuerdo esa esquina y mi infancia compartida con mi hermana. Yo soy lo bastante miedosa para viajar en globo aerostático, pero sin duda alguna, cuando veo un globo de helio, viajo de súbito a mi niñez.
Eeee que bonitos comentarios, sí estoy de acuerdo, que no lluevan camaritas y Brenda, que lindo que las dos tenemos ese recuerdo de la pareja globera… a la mejor podríamos hasta hacer un grupo… Besitos